domingo, 7 de marzo de 2010

"Lectura prohibida", por Alberto Manguel

Familia de esclavos del Sur de Estados Unidos a mediados de siglo XIX

[También les dejo este fragmento de un texto del escritor argentino Alberto Manguel (perteneciente al libro "Historia de la lectura"), como material de lectura complementaria para conocer aspectos de la sociedad y la historia del Sur de Estados Unidos. En este caso, se trata de algo que mencionamos en una clase: la prohibición de leer de la que fueron víctimas los esclavos negros del sur en el siglo XIX]

(...) en Carolina del Sur (...) se promulgaron estrictas leyes que prohibían enseñar a leer a los negros, tanto esclavos como hombres libres, leyes que siguieron vigentes al menos hasta mediados del siglo XIX.
Durante siglos, los esclavos afroamericanos aprendieron a leer superando dificultades extraordinarias, arriesgando la vida en un proceso que, debido a los obstáculos que encontraban, a veces les llevaba varios años. Los relatos de su aprendizaje son numerosos y heroicos. La nonagenaria Belle Myers Carothers -entrevistada por el Federal Writer's Project, una comisión creada en los años treinta para recoger, entre otras cosas, los relatos personales de ex esclavos- recordaba que había aprendido las letras mientras cuidaba al bebé del dueño de la plantación, que jugaba con un rompecabezas alfabético. El dueño, al ver lo que su esclava hacía, la pateó con sus botas. Myers perserveró, estudiando en secreto las letras del rompecabezas, así como unas pocas palabras en un abecedario que había encontrado. Un día, contó, "encontré un libro de himnos... y deletreé 'Cuando Leo Con Claridad Mi Nombre'. Me sentí tan feliz al comprobar que sabía leer de verdad, que corrí a contárselo a todos los demás esclavos". El amo de Leonard Black una vez lo encontró con un libro y lo azotó con tal violencia "que me hizo olvidar mi sed de conocimientos, y abandoné la lectura hasta después de fugarme". Doc Daniel Dowdy recordaba que "la primera vez que atrapaban a uno tratando de leer o escribir lo azotaban con una correa de cuero, la segunda con un látigo de siete colas y la tercera le cortaban la primera falange del dedo índice". Por todo el Sur de los Estados Unidos era frecuente que los propietarios de plantaciones ahorcaran a cualquier esclavo que tratara de enseñar a los otros a leer.
En esas circunstancias, los esclavos que querían alfabetizarse se veían obligados a encontrar métodos tortuosos de aprendizaje, ya fuera gracias a otros esclavos o a maestros comprensivos de raza blanca, o bien inventando estratagemas que les permitieran estudiar sin ser observados. El escritor estadounidense Frederick Douglass, que nació en la esclavitud y llegó a ser uno de los aboliconistas más elocuentes de su tiempo, así como fundador de varios diarios políticos, recordaba en su autobiografía: "Escuchar con frecuencia a mi ama leer la Biblia en voz alta... despertó mi curiosidad sobre el misterio de la lectura y provocó en mí el deseo de aprender. Hasta ese momento no sabía nada de ese arte maravilloso, y mi ignorancia e inexperiencia de lo que podía hacer por mí, así como la confianza en mi ama, me alentaron a pedirle que me enseñara a leer... En un tiempo increíblemente corto, gracias a su amabilidad, yo dominaba el alfabeto y podía deletrear palabras de tres o cuatro letras... [Mi amo] prohibió a su mujer que siguiera enseñándome... [pero] la determinación con que quería mantenerme ignorante sólo sirvió para afianzar mi decisión de buscar conocimientos. Por eso, en cuanto al aprendizaje de la lectura, tal vez deba tanto a la oposición de mi amo como a la amabilidad de mi afectuosa ama". Thomas Johnson, un esclavo que más adelante llegó a ser un conocido misionero y predicador en Inglaterra, explicaba que aprendió a leer estudiando las letras en una Biblia que había robado. Como su amo leía todas las noches en voz alta un capítulo del Nuevo Testamento, Johnson consiguió convencerlo de que leyera el mismo varias veces seguidas hasta que se lo aprendió de memoria y luego pudo encontrar las mismas palabras en la página impresa. Además, cuando el hijo de su amo estaba estudiando, Johnson le sugería que leyera parte de la lección en voz alta. "Dios sea alabado", le decía Johnson al muchacho para animarlo, "léelo otra vez", cosa que el chico hacía con ganas, convencido de que el esclavo admiraba su talento. Gracias a esas repeticiones, Johnson aprendió lo suficiente como para leer los periódicos y más adelante creó su propia escuela para enseñar a otros a leer.
Aprender a leer no era, para los esclavos, un pasaporte inmediato para la libertad, sino más bien la forma de acceder a uno de los poderosos instrumentos de sus opresores: el libro. Los dueños de esclavos (como los dictadores, los tiranos, los monarcas absolutos y otros ilícitos detentadores del poder) creían firmemente en el poder de la palabra escrita. Sabían, mucho mejor que algunos lectores, que la lectura es una fuerza que requiere apenas unas pocas palabras para resultar aplastante. Alguien capaz de leer una oración es capaz de leer todo; más importante aún: ese lector ya tiene la posibilidad de reflexionar sobre aquella oración, de actuar de acuerdo con ella, de adjudicarle un significado. "Puedes hacerte el tonto con una oración", dijo el dramaturgo austríaco Peter Handke. "Imponerte con una oración contra otras oraciones. Nombrar todo lo que se interpone en tu camino y apartarlo. Familiarizarte con todos los objetos. Convertir todos los objetos en una oración con una oración. Puedes meter todos los objetos en tu oración. Con esa oración, todos los objetos te pertenecen. Con esa oración, todos los objetos son tuyos". Por todas esas razones, había que prohibir la lectura.


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(*) Extraído del libro: "Historia de la lectura", de Alberto Manguel. Ed. Emecé, Buenos Aires, 2005.

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