jueves, 2 de abril de 2009

J. J. Rousseau: Ensoñaciones de un caminante solitario



Ensoñaciones de un caminante solitario

J. J. Rousseau (Publicado en 1782)

Extracto de la quinta caminata o paseo

Cuando la noche se aproximaba, yo descendía de las cimas de la isla e iba gustosamente a sentarme al borde del lago, sobre la orilla, en algún escondido asilo; allí, el ruido de las olas y la agitación del agua, al fijar mis sentidos y desalojar de mi alma cualquier otra agitación, la sumergían en un ensueño delicioso, en el que la noche me sorprendía a menudo sin que yo lo apercibiera. El flujo y el reflujo del agua, su ruido continuo, pero intensificado por intervalos, golpeando sin cesar mis oídos y mis ojos, sustituían a los movimientos internos que el ensueño apagaba en mí, y eran suficientes para hacerme sentir con placer mi existencia, sin preocuparme de pensar. De tiempo en tiempo nacía alguna débil y corta reflexión sobre la inestabilidad de las cosas de este mundo, cuya imagen ofrecía la superficie de las aguas; pero muy pronto estas ligeras impresiones se borraban en la uniformidad del movimiento continuo que acunaba, y que, sin ningún concurso activo de mi alma, no cesaba de atraerme a tal punto que llamado por la hora y la señal convenida, no podía alejarme de allí, sin esfuerzo [...].



[...] si existe un estado donde el alma encuentre un recipiente bastante sólido para reposarse enteramente y en él reunirse todo su ser, sin necesidad de recordar el pasado ni saltar hacia el porvenir; donde el tiempo no sea nada para ella, donde el presente dure siempre, sin embargo para marcar su duración y sin ninguna huella de sucesión, sin ningún otro sentimiento de privación de gozo, de placer o de pena, deseo o de miedo, sino sólo aquel de nuestra existencia, y que este solo sentimiento pueda llenarlo por entero: mientras ese estado dura, aquel que en él se encuentra puede llamarse feliz, no por una felicidad imperfecta, pobre y relativa, como la que se encuentra en los placeres de la vida, sino por una felicidad suficiente, perfecta y plena, que no deja en el alma ningún vacío que necesite llenar. Tal era el estado en que a menudo me encontraba en la isla de Saint- Pierre, en mis ensueños solitarios, ya sea acostado en mi barca que yo dejaba a la deriva y al capricho de las aguas, ya sea sentado en el borde del lago agitado, o en otra parte, en las orillas de un hermoso río o de un arroyo que murmura sobre las arenas.



¿De qué se goza en tal situación? De nada exterior en sí, de nada que no sea uno mismo y su propia existencia; en tanto este estado dure, uno se basta a sí mismo, como Dios.



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